El conejo que buscaba Alicia

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-¿Sí?
-Soy Álex. ¿Dónde estás?
-¡Áaaaalex! ¡Eres túuuu!
Estaba un poco borracha.
El alcohol se le subía demasiado rápido.
Eran las tres de la madrugada.
Oía mucha gente y una música entrecortada detrás suyo. Creo que era Roses, de The ChainSmokers.
Empezé a ponerme inquieto. ¿Estaba sola? No quería que nadie le hiciera daño. ¿Y si alguien le rozaba  su piel de mariposa? ¿O si alguien le rodeaba el brazo por su delicada espalda? 

-Alicia. Necesito que me hagas un favor. Dime dónde te encuentras.
Oí que se reía. Era una risa despreocupada, liberal. 
-Jugémos a un juego. Como cuando éramos pequeños. ¿Te acuerdas, Álex?
-No estoy para juegos. -Me quejé nervioso.
Empezó a delirar un poco, no entendía mucho lo que decía.  Hasta que la música de fondo se desvanecío y al fin pude oír su voz.

-Si me encuentras, me iré contigo. Si no, me quedaré y me perderás. Para siempre. 
Fruncí el ceño. Eso era ridículo. 
-¿Y cómo supongo que te debo encontrar?
-Espera, espera. Aún no he terminado. Sólo te daré una pista. Sólo una. No la volveré a repetir.

Apreté mi oreja contra el móbil, intentando escuchar con la máxima atención su siguiente frase.
-Estoy...
 En el país de las maravillas.


Me quedé estupefacto. 
-Oye Alicia, no bromees más. -Reí con una mueca.-Haz el favor de de comportarte y decirme dónde estás.

No hubo respuesta. 
Alicia había colgado.
Entonces no tuve más remedio que buscarla. Pero ¿Cómo iba a encontrar Alicia en una ciudad tan extensa como Barcelona?
Y con sólo una simple e puede que insignificante pista. ¿Qué juego se suponía que debía ser? 
Cogí rápido el coche y empezé a conducir.
Empezé a buscar por el centro, Plaza Catalunya. Me recorrí el Portal de l'Àngel hasta llegar por las estrechas calles del barrio gótico. Iba sin orientación, sin saber dónde iba. Sólo caminaba, caminaba buscándola por todos lados. Pero sin resultados.

Encontrarla era una locura, eso me tenía resignado pero a la vez inquietante. Buscar una persona entre miles de calles, casas, pubs y discos. Las posibilidades era millones, al igual que contar todas las estrellas. 
Era como el conejo que busca desesperadamente Alicia. Eso es, Alicia se había escondido detrás del espejo y el conejo no logra localizarla. Está delante del espejo, muy cerca; pero como ella se oculta detrás no la puede ver. 

Volví a entrar en el coche, hacía un poco de viento frío. Y por un momento ví a una pareja conduciendo con sus hijos detrás, un niño y una niña. Entonces me hizo recordar.

Desde pequeños que Alicia y yo nos conocíamos.
Dormíamos juntos en la cama del uno y el otro a los 7 años, nos hartábamos de helados de fresa y vainilla en verano yendo de una heladería a otra a los 12, nos perdíamos por las calles del Born haciendo fotos con las Canon 50D de todo lo que veíamos a los 17.
Aún conociendo Alicia desde siempre, me seguía pareciendo una chica misteriosa.
Alicia desprendendía una esencia especial. Ella me contagiaba la virtud de lo inesperado, descubrir cosas nuevas, tener la capacidad de vivir al máximo.
Siempre que hables con ella tendrá algo que decir.
Hablará con pasión, con los ojos verdes sacando desperdigados destellos de entusiasmo.
Sus cabellos eran como el oro reluciente.
Depende de la hora, su tono de color cambiana. Por la mañana eran rubios que brillaban con los rayos de luz, por la tarde eran color más ceniza y oscuro, y cuando se bañaba en el mar aún se oscurezían más, como el sol que se esconde para dejar paso a la noche.

Alicia era una hoja que se desprendía del árbol en época otoñal. Ocultaba una cara que no se atrevía mostrar a nadie. Se refugiaba entre sus sombras de su propio ser. 

Alicia era una gota de agua, fina y ligera, que caía del cielo a la tierra chocando suavemente por las telas de mi paraguas. 

Alicia era una ecuación, una enigma, un misterio sin resolución. 

En toda mi vida que llevaba ,Nunca había estado pensado en estas cosas. 
En la variedad de cosas que hemos vivido hasta ahora, cómo es ella y fijarse en el más mínimo detalle de ella, en la posibilidad de que alguien me quitara. Y ahí es cuando me dí cuenta, en lo mucho que la amaba. 

Amaba a Alicia. Y estaba a punto de perderla si no la encontraba. 

Así que conducí lo más rápido que pude, sin remordimiento pasando por semáfores rojos. 

¿Dónde se escondía Alicia? 

Me vino a la memoria un vago recuerdo de que a los 8 años, nuestras madres nos llevaron a un mirador llamado Els búnkers El Carmel. Era una elevación donde se podía contemplar toda la ciudad, viendo las diminutas casas, la Sagrada Família, la Torre Ágbar y las Mafre... Una vista espectacular. 

Alicia y yo nos sentamos al borde del suelo, dejando nuestros pies colgando por el aire. Miramos la ciudad a nuestros pies, y ella me dijo: «Álex, esto es maravilloso. No parece nuestra ciudad ¿verdad?»

Yo asentí con la cabeza.

«Verlo desde este punto de vista parece una fantasía, como el País de las maravillas.» 
Desde ese momento cada vez que íbamos en Els Búnkers, lo llamábamos el País de las maravillas... ¡Eso es! 
En ese preciso instante Alicia estaba en Els Búnkers, esperándome.

Yendo aún más rápido, noté mi adrenalina por las venas. Mi sangre ardía tanto como mis manos que agarraban el volante. El corazón latía con fuerza.

Al fin llegé, cansado, desprendiendo aire una y otra vez de mi boca.
Y entonces la vi. Estaba de pie, con un vestido oscuro de noche que dejaba al descubierto sus ombros, y un collar de una perla que se deslizaba por su cuello. Sus cabellos finos revoloteaban por el aire hacia un lado por el viento. 
El conejo por fin encontró a su querida Alicia. 

Me acerqué a ella. Ese momento fué como una de aquellas escenas de película que crees que no son reales, hasta que pasan. Ella esbozó una ancha sonrisa, mirándome con sus deliciosos ojos brillantes. Era preciosa. 

-Alicia. -conseguí pronunciar. Mi corazón estaba inquieto. -Te he... Encontrado.

Alicia aún sonrió más enseñando sus perfectos dientes blancos y dejando ir una ligera risa. 
-Y ya lo sabía, Álex. Nunca me fallas.

Y en ese preciso instante, no se necesitaban más palabras. 
Me acerqué con la mayor delicadeza posible, rozando sus labios tan finos como el pétalo de una orquídea, tan dulces como el algodón de azúcar. 
Todo se desvaneció, sólo estábamos Alicia y yo. Yo y Alicia. Nadie más.

En el cielo de terciopelo azul, las estrellas brillaban con intensidad, y debajo estábamos nosotros, desencadenando un amor que llevaba años encerrado en una habitación arrinconada, y que porfin salía. 

Nos sentamos al borde del suelo dejando caer nuestros pies en al aire, como cuando éramos niños, pero ahora distinto.
Alicia se apoyó en mí, como una mariposa que se posa en una flor.

Nos quedamos contemplando Barcelona, nuestra querida ciudad iluminada debajo nuestras existencias.

Se respiraba un esencia destada cuya los dos no llegábamos a pronunciar.

Parecía todo tan irreal... Como el País de las maravillas. 

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